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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Malas caras

Mi nombre entre tus labios
se queda con un sabor ácido
cuando antes perdías los cabales
para poder besarme.
Ahora que ya no me quieres mirar
tu resentimiento, nacido de la nada
me viene a buscar, me alcanza con
retraso y, sin embargo, lo saboreo como un
dulce abrazo. No sabes apreciar
la indiferencia de este carcamal, viejo mortal.
Por eso te escurres al saber que sigo vivo
sin dar señales de vida, sin caer en tus trampas
de amigo. Yo te deseo lo mejor en tu nueva etapa
sentimental, tú sigues pensando en qué harás
para que yo vuelva a tu lado, arrastrando
todas mis palabras y tragándome
orgullo que pierdo por todos los costados
a la hora de abrir el papel, y, en blanco
escribirte versos que sigas de lado a lado.
Mueve tu cabeza, no seas perezosa
mis palabras son gaseosas, se evaporan
al saber que las miras, aunque no las tocas
ni quieres ni puedes, no te dejaría maltratarlas,
ya tienen bastante con mi pluma y mi azar
mental para que llegues ahora con tu látigo
y las azotes hasta que salten, se salgan del margen
y se encuentren marginadas por una sociedad
que no las comprende, son inofensivas, no muerden
al menos no físicamente, ya en tu mente no sé
el efecto que crean, pero créeme si te digo
que no te odio, aunque vomites mi nombre
por los pasillos que cabalgas imperiosa
al lado de tu pequeña mascota sidosa
las dos unidas por un lazo de amistad
más efímero que el amor de una niña pequeña
hacia su último juguete comprado en la
tienda de ahí abajo, donde solíamos besar
las estrellas con tu perro de nuestra mano.


Ni yo tan bueno ni tú tan mala
ni yo tan viejo ni tú tan adolescente
el equilibrio, dije, es lo importante
y yo mismo me encargué de que nunca
se viera la realidad: yo estaba descosido
se me escapaban las sustancias insidiosas
y tú me veías desangrarme con un futuro
ciego, aunque cierto: todo estaba hecho.



(L) “Manué”

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