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miércoles, 11 de noviembre de 2015

Remansos de paz

¿Qué es lo que se me cruza por la cabeza? La giro y, a mi derecha, solo veo gestos magnéticos, recipientes sinuosos que llaman a la carrera infinita, incansable; realmente no sé qué hacer exactamente. Las venas laten con algo más de intensidad que de costumbre, y siempre quieren algo más; no sé de dónde sacar algo más, ese algo que sacie de una vez mis venas y mi pensar. A mi izquierda, no queda nada; el vacío estoico se halla impune, limpio y pulcro gracias a su imaginada santidad. ¿Qué hay que elegir, si acaso pudiera? El recto camino se considera el equilibrio de vacío y cantidad; en suma, forman la felicidad elevada. Pero, ¿y si quisiera nadar por una noche en el mar de la lujuria? ¿Y si el próximo día prefiriese el limbo perdido de todas las manos mitológicas?

Me doy la vuelta, buscando cualquier libro que el destino me haya dejado en la mesita de noche. El sueño se escapa poco a poco de mis ojos y, junto a él, se van ella y mis contenidos deseos, descosidos por aquellas manos tan inocentes a primera vista; blancas y relucientes, pero mortales y afiladas. ¿Qué se ha de hacer contra la avidez? Busco respuestas en cadáveres abiertos, expuestos a miradas discretas, discretísimas. Y, allí, para mi desgracia —o confirmación de todas mis latentes aspiraciones—, tengo permiso para acceder al amor más bajo y, así, saltar al más alto risco que mi cuerpo me permita: él me ha dado el permiso; él, compañero de patria, orgullo oscuro a los ojos reticentes, que miran pero no ven... Sí, es aquí, me confirman. El remanso de paz donde ser uno mismo delante de cualquier espejo posible.