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jueves, 24 de septiembre de 2015

Salón de actos

Frente a aquella puerta, no podía hacer más que temblar. La incertidumbre se había apoderado de mí en aquel momento. La puerta se hizo portón y no paraba de crecer. O puede que yo me hiciese algo más pequeño que de costumbre. Tal vez, alguien me bajó del pedestal al que me dejaron subir sin yo siquiera darme cuenta. El pomo estaba frío, o quizá los nervios se habían concentrado en los poros, en las huellas dáctiles... Ahí quedaría, para siempre, una cierta impronta personal. A pesar de todo, pude girarlo y entrar en lo que se me asemejó a otro mundo distinto. El pasillo aún se hizo de rogar y quiso alargarse algo más antes de entrar en escena. Sin embargo, logré que los focos no me cegasen a las primeras de cambio y vislumbré, con los ojos entrecerrados, que los asientos estaban vacíos. Donde yo esperaba a una muchedumbre rabiosa y armada hasta los dientes solo encontré espejos que reflejaban lo poco que quedaba de mí. Me caí de la tarima, del pedestal o del altar. Ya no seré adorado nunca más. Perdí en algún sitio o lugar la cuenta; no sé cuántas ofrendas he de dar.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Piso franco

Intenté pasar página tras lo sucedido. Me mudé equidistantemente al otro lado de la ciudad. Un piso bastante austero, justo como había quedado mi carácter, los poros de mi piel cuando ella se fue. Aún sigo pensando, con una seguridad que me asusta, que no se ha marchado. Se la llevaron. Por eso, en cuanto abro los ojos tras dormir menos de lo indicado por los expertos, lo que observo es un tablón de corcho que me acompaña desde aquello. Allí, cuelgo las fotos, los recortes de prensa y cualquier tipo de información que encuentro por puro azar o por pura insistencia. No hay nada más bonito que la insistencia. A veces he escrito sobre ella y la he mandado a recoger dinero por mí, y lo trajo. Ahora las tornas han cambiado; sólo vivo mirando por la ventana, esperando que las farolas se deformen y tuerzan formando un mapa hacia mi desaparecida. Mi raptada. ¿Dónde se la pueden haber llevado?

Me levanto de la cama. Ya he vuelto a comprobar que no he perdido capacidad mental para recordar dónde he puesto cada foto y qué expone cada una. La primera vez que nos vimos, nuestro primer beso, nuestra primera despedida. Algunas fotos las hice con una cámara que no tenía nada en especial; otras fueron palabras que ella me dedicó. Su mano era la de un ángel a la hora de escribir, pero no solo: también cuando me daba el honor de poder acercarme a ella, sentía el perfume celestial que irradiaba sin necesidad de agentes externos. Todo aquello se esfumó como el pincel que quiebra en el áspero lienzo. ¿Qué es lo que estaba esperando allí, encerrado, solo acompañado de mis pensamientos? Desayuné la última porción de cereales del mes. Iba a entrar otro mes, uno más, y los días seguirían pasando, como los viandantes en la acera que veo caminar todas las semanas.


He perdido la cuenta de la actividad transitoria de mi calle. Los coches se acumulan a la hora del almuerzo; trabajadores que salen de la esclavitud y esperan con ansias llegar a su pequeño oasis de fingida libertad. Otros salen a esta hora a aquel desierto limitado. Es un ciclo. Un círculo que se repite, como mis ojos buscando alguna nueva pista en el tablón, como la compra semanal para subsistir, a la espera de encontrar algo que revele lo que busco desde hace… ¿siete? Perdí hace mucho la cuenta de los años. Cada vez que intento recordarla, saco algún libro al azar de Borges; le cojo prestado su báculo temporal y empiezo a nadar con tranquilidad. Es mi mar limitado a presión, relajante para todos los sentidos que aún poseo. ¿Cuándo se cerrará mi círculo?