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domingo, 25 de octubre de 2015

Puntos suspensivos

Un camino que da hacia la bifurcación que nunca quisimos ver. Un barranco con el fondo perdido, donde las almas vagan buscando el suelo para descansar de una vez por todas. La ambigüedad de los puntos de vista que, incluso unidos, no hacen más que reflejarse los unos a los otros, como en una fiesta de máscaras eróticas; allí solo se ve lo que uno desea ver, como lo desea, por donde lo pide. Es el aire que sopla levemente, acariciando cada poro de tu piel, preguntándole a tu melena si es suficiente el soplo para que el movimiento sea lo suficientemente flexible como para cuidar las raíces. El agua que cae como el susurro declarado tras la ducha, la higiene de los pecados. Allí donde nadie ha llegado; al menos, nadie lo ha comunicado. ¿Habrán logrado alcanzar su meta? ¿Dónde estarán ahora, si no es allí? ¿En qué nos basamos para sacar conclusiones del signo más significado de la historia? El tres aquí es el tronco de todas las ramas del ser humano. El tres no es, ni más ni menos, que el equilibrio que siempre hemos buscado. Ahora que lo hemos encontrado, solo nos queda hallar su mensaje.

domingo, 11 de octubre de 2015

Desperté

Te pediría, por favor, que no volvieses. Que no volvieses nunca más. Nunca con tanta sinceridad te he hablado —porque no se usa nunca del todo la sinceridad; uno se guarda algún trozo bajo la manga, para que no se la quiten—, así que detente y escúchameY ahora, devuélveme lo que me pertenece, por favor. La doble chapa plateada, rasgada por los encontronazos, los roces a propósito y el paso del tiempo seguía intacta a pesar de haber sido arrebatada del cuello de su poseedor hace poco más de una hora por un maloliente matón. Estaba contratado por la misma persona que ahora le había devuelto lo que era suyo; el único objetivo de la parte contratante era llamar la atención de la víctima: una oportunidad para hablar con él, después de tantos años. Pero los trenes también dejan de circular.
Mientras huía con mi compañero, de repente comprobamos que, efectivamente, estábamos rodeados. El sol se había ocultado tras los altos bloques de pisos, pero las ventanas estaban todas tapadas con tablones de madera. Si pretendía traspasar las paredes, que podía, porque no existían, no lo iba a lograr a través de la rutinaria huida del aliento global urbano. En nuestra espalda, dos sicarios sobre una escalera de emergencia. No hay salida. En nuestros ojos, una gatling bien instalada, algo roída por el paso del tiempo, pero seguramente funcional como para, al menos, detener nuestra fuga. Salté a un lado, con ninguna esperanza, pero lo hice por ver dónde iba a acabar. El cielo se empezó a despejar. La vista no se anegó con nubes ni con lágrimas. Alcé la mano, miré el torso, luego la palma. Unas gotas de sangre manchaban esta última. Cerré los ojos.
Al poco tiempo, desperté.