Banner

martes, 7 de julio de 2015

Soneto séxtimo

Vuelve a ser nuestro día, mi alto siete
allí donde las almas corazón
se tornaron; que la pluma no miente:
"Eso debe ser verdadero amor."

Tras tantos pasos unidos, con fiebre
te escribo, o recito, esta canción.
A un espejo obligo que refleje
si sigo en realidad o fui a ficción...

Manto oscuro que en la noche proteges,
a buen recaudo dejes esta cruz;
antes se evaporará en luz;

que, en viéndote, respiro; no me acerque
a tus magnas alas, pues falta permiso:
con todo, protegido, soy sumiso.

sábado, 4 de julio de 2015

La ponzoña

Desde aquel instante dejó de conocer el punto inequívoco de su existencia. Se acabaron los saltos tristes por las noticias inesperadas, no hubo más pelea, ni miradas, ni manos entrelazadas. A partir de aquel instante, toda su vida giraría en torno a un camino difuso para los pocos ojos que le restaban en su sesera. Todas las lágrimas derramadas habían dejado unas huellas señaladas, por si debía huir del futuro, pero ahora se hallaban agotadas, y no tenía otra elección; tendría que seguir caminando hasta que una piedra, un tornado o algún apagón le diese pistas sobre su paradero. Es por esto que dejó de escribir y se agarró a la primera farola que se cruzó —de forma oblicua— por entre sus pasos, bastante quedos en comparación a su trayectoria pasada. Los ojos terminaron su proceso de autodestrucción, y la ceguera obtuvo un poder tan inmenso sobre su persona —no tanto sobre su alma— que acabó en la cuneta del olvido.

jueves, 2 de julio de 2015

Yo siempre he creído en algo y nada.

Yo siempre he creído en algo y nada.

Yo siempre he creído en el amor y su vacío,
la marcha embadurnada de olores aciagos.

Yo siempre he creído en el abandono,
en caminar con los ojos cerrados, de la mano.

Yo siempre he creído en todo
lo que realmente no entendía, no alcanzaba.

Yo siempre he creído en que
yo siempre he creído.

Yo siempre, hasta ahora mismo,
creía. Pero ya, para qué.

El avance

"A través del discurso de las conexiones sobre el papel, he perdido varios lápices, plumas, algún que otro bote de tinta se ha evaporado y los bolígrafos siguen en busca y captura. Ya hace varios días que la guerra acabó con cualquier esperanza floreciente en mi patria. La tierra no para de gemir, quejumbrosa, sobre el trato que ha recibido, a pesar de todo lo que ella nos ha entregado gracias a su fertilidad y nuestra dedicación. Ahora, las sombras se apoderan lentamente —se encuentran en el horizonte, disimuladas, pero sé que se acercan a un paso rutinario— de todo lo que ayer, tú y yo, conocimos.

[¿Sombras o luces obscurecidas? No lo sé. Sólo quiero dejar claro que nunca relacioné lo umbroso  a lo negativo. Tal vez haya cambiado mi parecer. O, simplemente, sea incapaz de definir lo que se acercaba allí, a lo lejos, hacia mí. Sí, me faltan las palabras. Siempre me gustó cultivarlas en otra parcela. En su manto...]

Debajo de los escombros no es que me imaginase la marcha hacia otro lado —cualquier lado, vertiente, siempre que esta fuese contrariamente paralela; esto es, un espejo con forma de puente—, pero casi nunca he alcanzado lo que me he propuesto. Aunque es irónico; aquí, tumbado, con las piernas inmóviles —inhabilis, que me dijeron una vez—, nunca habría imaginado que podría estar tan en un ambiente tan apacible. Pese a no ser capaz de dilucidar dónde quedaba el sol, magna estrella siempre empalagosa, allí, justamente allí, sin haber creído yo en las casualidades, encontré el último papel y el último bolígrafo sobre la faz del planeta. O eso deduzco, teniendo en cuenta los hechos acaecidos últimamente. Asimismo, guardar esperanzas alrededor del futuro de esta metáfora de la Naturaleza me parece una pérdida de tiempo; igualmente me parece malgastarlo el intentar contactar con algún (o alguna) superviviente. Es por esto que escribo, para dar algún remate (finis) a mi viaje. Si alguna vez renacemos, sea en cuerpo, sea en tallo, en ave o en mito, gracias; por cuidar el legado y aumentar lo heredado, por amar las plantas que no pudimos proteger, en fin, por saborear y apreciar todo lo que nosotros —aparentemente— rechazamos."

Manuscrito encontrado a las afueras de la última ciudad superviviente a la catástrofe 'N'. Hay posibilidades de que dicha ciudad fuese conocida como 'Paamya'. No se han encontrado restos o pruebas que confirmen la autoría del mismo. Se conserva desde el año '7777', según distintos estudios. Aún no se ha demostrado la veracidad del mismo.