Banner

sábado, 4 de julio de 2015

La ponzoña

Desde aquel instante dejó de conocer el punto inequívoco de su existencia. Se acabaron los saltos tristes por las noticias inesperadas, no hubo más pelea, ni miradas, ni manos entrelazadas. A partir de aquel instante, toda su vida giraría en torno a un camino difuso para los pocos ojos que le restaban en su sesera. Todas las lágrimas derramadas habían dejado unas huellas señaladas, por si debía huir del futuro, pero ahora se hallaban agotadas, y no tenía otra elección; tendría que seguir caminando hasta que una piedra, un tornado o algún apagón le diese pistas sobre su paradero. Es por esto que dejó de escribir y se agarró a la primera farola que se cruzó —de forma oblicua— por entre sus pasos, bastante quedos en comparación a su trayectoria pasada. Los ojos terminaron su proceso de autodestrucción, y la ceguera obtuvo un poder tan inmenso sobre su persona —no tanto sobre su alma— que acabó en la cuneta del olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.