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jueves, 24 de septiembre de 2015

Salón de actos

Frente a aquella puerta, no podía hacer más que temblar. La incertidumbre se había apoderado de mí en aquel momento. La puerta se hizo portón y no paraba de crecer. O puede que yo me hiciese algo más pequeño que de costumbre. Tal vez, alguien me bajó del pedestal al que me dejaron subir sin yo siquiera darme cuenta. El pomo estaba frío, o quizá los nervios se habían concentrado en los poros, en las huellas dáctiles... Ahí quedaría, para siempre, una cierta impronta personal. A pesar de todo, pude girarlo y entrar en lo que se me asemejó a otro mundo distinto. El pasillo aún se hizo de rogar y quiso alargarse algo más antes de entrar en escena. Sin embargo, logré que los focos no me cegasen a las primeras de cambio y vislumbré, con los ojos entrecerrados, que los asientos estaban vacíos. Donde yo esperaba a una muchedumbre rabiosa y armada hasta los dientes solo encontré espejos que reflejaban lo poco que quedaba de mí. Me caí de la tarima, del pedestal o del altar. Ya no seré adorado nunca más. Perdí en algún sitio o lugar la cuenta; no sé cuántas ofrendas he de dar.

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