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viernes, 18 de octubre de 2013

Bisturí

Se encienden las luces.
La camilla está preparada.
El sujeto, agarrado a los bordes
con cierta preocupación insana.
Durmiendo, eso sí, a las tres
de la mañana.

Los focos se centran en su pecho.
Hay sangre por todos sitios, está maltrecho.
Sus constantes vitales se están apagando,
es un hecho, necesita un médico, ¡es urgente,
os prometo recompensas por cientos!

Mascarilla enchufada
la concentración, bien pulsada,
los nervios los cuenta bajo noventa,
por lo que su seguridad es máxima:
todo está preparado para la operación.

Se acerca con paso firme
y, de repente, recuerda los problemas
en casa con su mujer y su tinte, se
olvida de comprar lo que le pide, está
buscándose la ruina si así sigue,
“Se lo dije, doctor”, suena a su izquierda
y el maestro del palillo chino ignora toda esa mierda.

Los recuerdos se agolpan cuando desenfunda
su espada, tiene sueños locos y esquizofrenia
desenfrenada. Ahora no, ahora no, suena en su cabeza
en este instante se juega la vida de un corazón
muy importante, no me falle, doctor
no me mate.

Bisturí en mano, traza dibujos
precisos, no hay división
de opiniones, todos afirman,
es el mejor que ha pasado por
esta infantería
nunca falla, nadie ha muerto
en sus turnos, sus premisas
son afortunadas, su mujer tiene
un seguro de vida en casa, su hijo
un líder, ejemplo a seguir,
sus compañeros en el trabajo le adoran
normalmente darían la vida por él si
así fuera, su jefe tiene miedo pero
está orgulloso, sabe que le quitará
el puesto aunque él diga que no.

Y él sigue pensando en el próximo día
cuándo enarbolará ese bisturí, quiere ya
porque su vida va en ello,
como la de sus operaciones,
en sus dedos reside la magia,
la esperanza de sonreír
al volver a ver a un perdido

de vuelta entre los vivos.

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