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lunes, 3 de marzo de 2014

Merece la pena

El horario de trenes siempre es el mismo.
Siempre hay varias horas dispuestas
en fila india, ígneo el ambiente
todos los días. Todas las horas. Disponibles.

Un tren de un color distinto
se cruzó en mi camino. Me dejó
en la estación del verano
con una soledad implacable
y los labios ya no mojados,
resecos por el calor.

Y allí me quedé,
mirando al cielo caer.
Y llegó un avión
e intentó salvarme
de aquel Edén
que yo no aprecié.

Y caí. No volaba muy alto,
pero tengo un esguince.
Camino cojo, sin sol,
sin calor, sin jardín,
sin cielo, con una estrella
de noche, perdido en la esencia
de su perfume, bailo con las rosas
de la negrura y, en la superficie
reflejo mi amargura con dardos
envenenados de sarcasmo.

¿Y cuál es el problema
si tengo la puntería llena?
Llena de experiencia.

¿Y qué pasa si ahora
prefiero soñarte despierta
antes que quedarme con cualquiera?

Y el papel no contesta.
Y sigo escribiendo con
estos pedazos
a cuestas. Cuesta.

Pero merece la pena.

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