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jueves, 10 de abril de 2014

Te quiero.

Ella se va a ir.
Se va. Se marcha.
Y yo me marchito.
Solo un poquito.
Como el acento perdido.

Y que las alarmas
no suenen, el signo
no se asiente
sobre tu divino cabello:
no es esto un llanto
sino un suspiro.

Un respiro de aire
purificado por tu presencia
a mi alrededor.

No me sueltes, porque
a pesar de toda esta respiración
desfallezco cuando la brisa
que sigue a tu cuerpo
se desvanece en mis ojos.

Y qué hipnotizado me hallo
mientras subes las escaleras
y desapareces detrás de un calendario
donde voy tachando los días que van pasando
y me huelgo diciendo: “uno más, uno menos.”

Déjame escribirte hasta que anochezca
aunque el sol no desaparezca
¿Sabes por qué? La luz de tu existencia
me alumbra día a día, en el rincón
más oscuro que busque, ahí estarás tú,
mi guía, si me permites, mi niña.

Ángel que has venido a descansar a mis brazos,
dejo que tus alas se desplieguen ante mi presencia
no adelanté este acontecimiento, no lo vi,
y, sin embargo, no hay otra manera de la que
pueda ser
más
feliz.


Te quiero.

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