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lunes, 25 de mayo de 2015

Me mudé de la capital

Ándele, no se preocupe más. Todo está bien atado para conseguir la plenitud de los objetivos marcados. Acompáñeme. Elija la bebida que desee. No pasaron más de diecisiete minutos antes de la explosión que cambiase mi historia. Me gustaría corregir que la historia no es todos ni es nadie, es una, usted, o yo, separados o unidos, como quiera. Es uno, no es nadie, no son todos. Venga, dele un sorbo a algo. Es gratis, se lo aseguro. Y lo aseguré con una firmeza que desconocía hasta ese momento. Diecisiete minutos contaron los diecisiete entes que cantaban durante el transcurso de cada uno de ellos. Por esta razón no tengo historia que contar. Somos uno, ni nadie ni todos. Ya conocen esta historia. Créanme, confíen, no es imposible, no es tan difícil.

El cielo marcaba el fin del principio dando paso a la modernidad completa. Las banderas se alzaban en el aire como los birretes al final de la carrera. Se proclamaban las naciones con abrazos entre ellas mientras yo, en una esquina, derramaba alguna que otra lágrima. Una, dos, tres, perdí la cuenta, no quise alargarme en mi propia (nueva) existencia; el sufrimiento de haber visto todo aquello antes de que sucediese nadie lo puede describir. Ni yo mismo; yo, uno, solo uno; yo. He aquí el testamento que le dejo al resto de la humanidad, si logran conservar ese significado. Yo ya me bajé del barco.

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