Y de tus alas, mi recuerdo.
Tu carga no era pesada,
la hacías ligera cada vez
que posaba las esferas
del revés.
Y de tu aliento, mi escalofrío.
El agua, cayendo levemente,
frotaba las rocas y, suavemente,
se ablandaban hasta no quedar
nada, absolutamente nada.
Y de tu ansia, a mi calma.
No querer erguirse por miedo
a caer, a desfallecer durante
un momento. Mientras, la
rueda gira. El destino,
cerca.
Y de tu sangre, mi control.
Las mañanas, las tardes, las noches.
Sola, acompañada, hasta el fin.
Mi mente, tu jarra, mis pensamientos.
¿Lo hacemos de nuevo?
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