No te quiero hacer girar la
cabeza.
Te puedes hacer daño, mi
pequeña.
No sé hacerte honor,
princesa lúcida
que navegas el aire
y respiras el mar.
Desde las más hondas
entrañas de
este infierno que habito,
—no es dañino,
créelo, aquí tendremos
equilibrio—
enfurezco estos versos tan
ricos
buscando honrarte a
ti, buscando mi alivio.
Cuentan los dioses,
[a ellos agradezco
tu creación]
que planeas con fluidez y sutil
elegancia; no creí hasta que
te vi flotando, ligera, con
tus
alas de agua y arena.
¡Y me enamoré de
ti, mi reina eólica!
Me susurrabas pensamientos y
yo cabalgaba con fuego y
cicatrices
hacia el universo
que compartiste con
esta imperfecta llama.
¡Arder! ¡Congelar! ¡Sentirlo
y vivir!
A tu lado solo quiero estar;
ellos sueñan con ser héroes
los otros vigilan las
puertas de
roble recién talado.
Y tú y yo,
solamente nosotros
dos, enterrados en
amor completo.
Déjame amarte en grito
sepulcral.