Soy de
esos que nunca
se han
parado a pensar
cuántas
veces
se han
querido suicidar.
Prefiero
detenerme
en un
cómo,
es más
sólido, menos fugaz
que un
cuánto, vacuo, nulo.
¿Tú,
lector, o lectora
lo sabéis?
El cuánto.
Aunque, si
me dicen el cómo
no estaría
mal.
¿Yo? He
capturado
este
cuerpo, ahora inerte,
que yace
bajo la cama.
Soy el
metal oscuro
que
captura todas las almas
con algo
de esperanza.
No penséis
más en él
—si alguna
vez lo hicieron—
ya está
muerto.
¿No sé
escribir? Qué importa.
Usaré sus
medios para traeros
las
noticias que salen de su (mi) boca.
La
tinta se me fue de las manos
y
ha caído en un folio blanco
ennegrecido
por el paso de los años
y
por todas las penas, heridas y
magulladuras
que su propio
veneno
le regaló.
El
escorpión está débil
y
no sabe a qué aferrarse
su
mente es demasiado fuerte
y
no hay buen sentir.
¿Quién
salvará a quién?
¿Importa
ya su vida?
No
tiene escapatoria
ni
huida. Qué ruina.
No
le tienen simpatía
por
haber sido
un
cadáver
en
vida.
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