¿Sería
capaz de escribir su espalda en mis yemas? No me creo capaz ni de creer en su
existencia. Nunca creí, pero ahora creo. Tengo fe, fe en ella, en su credo, en
el amor que profesa, en esto que siento. Porque yo siempre sentí, lo guardé
bien adentro. Y tú te dejabas ir con el viento. Levemente, tu densa
personalidad, poco a poco, se iba desenvolviendo. Pero, ¿qué es esto? Tu
existencia, ahora creo. Sí, doy fe, lo confieso, y es que te quiero. Nos miran,
se esconden, matorrales que huyen de nuestros pasos, son arrancados por el
huracán ambulante que forman las piernas suaves que deslizas andando. Y yo,
¡qué hago! Pierdo el hilo, la corriente y las fuerzas; me desvanezco ante tus
pies, te adoro cual princesa, ¡no de un reino! ¡No de la tierra! Es mejor el aire
que mueve, esparce y desordena tus cabellos mientras buscas el filo del abismo
en el que posarte, contemplar la vida con ojos brillantes, abiertos, ahora
cerrados, buscando la lágrima negra que entregarte. Ahora, sueña, pequeña. Aún
quedan siete vidas felinas que van de Tierra en Tierra.
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