Noche
afilada que desfilas
delante
de estos ojos que atormentas
no
me dejes huir, encadéname
con
esa brisa que dejas suelta.
Me
ha atrapado un aire putrefacto
y
tú eres la pureza que busco
espero
sentado, algo resignado
a
que aparezcas a lo bruto.
Y
ahí estás, mi pequeña
hierba
que retoza ante la presencia
de
tus largos brazos helados
por
el paso de los años
a
la intemperie.
La
noche se cierne sobre mi celda
y
el veneno se encaja en mi mente
pero
estás tú llegando, lo noto
mientras
me desmayo, inerte.
¿No
me sientes? Sigue buscando.
Sácame
de aquí, no me dejes solo
estoy
desesperado y necesito un soplo
de
aire fresco, ahora que estoy enamorado
me
caigo a un vacío ennegrecido por el paso
del
óxido cansino. Ahora sí te puedo vislumbrar
entre
tanta densa niebla vaciada con la ponzoña
de
la soledad que escribía el fin de mi historia.
Oh,
sí… Puedo sentirte. Estás dentro, y me hielo
con
cada zancada que das hasta mí. No dejes de caminar.
Me
siento respirar un aire tan limpio como el iceberg
que
te protege ante toda adversidad. He salido.
Pero
no me dejas terminar, y te vas.
Mis
siete lágrimas dejo aquí grabadas
búscalas
en el margen cuando, tal vez,
me
necesites, pero no me necesitarás:
tu
fría ventisca siempre te protegerá, oh,
querida,
pero, si falla, si el viento deja de soplar
no
te preocupes: lo volveré a pintar, no soy pintor,
no
soy nada, pero puedo existir si me amas.
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