Llevo tres semanas sin dormir.
Tras cuatro lamentos lanzados al cielo,
me rindo. Sin tu presencia, me evaporo
y mis genes quieren captar mi atención
a base de picores internos.
Tres días después de tu marcha
cogí tus zapatos, los tacones con los
que
nos conocimos y tu pintalabios azul
oscuro.
Trajimos juntos un mar lleno de luces
y te las has llevado todas junto a mi
corazón.
Un suspiro lúgubre empaña la cueva
donde me han encerrado tus esbirros
malévolos.
Me atrevo a describirlos, sin miedo,
porque sé
que la muerte es próxima y que mis
flechas
volaron en direcciones erróneas, y
ellas
brillaban, y yo ahora lloro con la
misma luz
que ellas llevaban impregnadas.
Y tú te acercas a mi cadáver
evaporado.
Mis lágrimas bailan encima mía con un
ritmo
endiablado, pero no poseen acritud,
simplemente
te agradecen la existencia, porque es
lo único
que quise decirte a través de todos
estos años.
Llevo tres semanas sin dormir
forjando el metal que represente
nuestra
corta vida. Tiene forma ondulada y sabe
al cielo de tu boca, a tus caderas
peligrosas,
a tus senos curvados y a tus miradas
rotas.
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