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lunes, 2 de marzo de 2015

Un día en la ciudad

Los focos de luz tenue y tibia cada vez escasean con mayor frecuencia. Qué será de la existencia espacial sin el vómito blanco de haces continuos. Deshacer la malicia no debe ser nuestra misión en este espacio neutral, sino el logro de la sonrisa perpetua. Late en el corazón, latente, nuestra media naranja. Los árboles siguen contentos gracias a la suave brisa que les acaricia desde el mar hasta los bosques, llanos y fértiles. En un prado, el pastor sigue a su pastora como la luciérnaga nos sigue el camino. Y es seguir, y seguir. La repetición de la rutina, la redundancia de la primera página.

No me encuentro. Ya no sé escribir.
Des(aparezco), al revés, ni sé de mí.
Sediento me siento en el borde del Rin
con las lágrimas a juego, flotando sin fin.
Tin, tin... tin...

Paso ligero. Se quejan las presas de no ser cazadas. Se alteran las hembras al descubrir la independencia máxima del macho. Qué hará, oh, el macho, sin su hembra. Se consterna el macho al ver su ¿in?dependencia. Qué bruto está el cielo hoy, cariño. Unas gotas aquí, y la nube de humo que planeamos juntos asola la ciudad en un instante. Ya es la hora, no me llaman, es lo normal. No tengo teléfono. Y los pájaros ya no vuelan, y... ¿dónde estaremos tú y yo?

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