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martes, 20 de diciembre de 2011

Día de borrasca


        Desde que pisé mi casaaquella lluviosa tarde de Diciembre, todo me sabía raro. El ambiente estabacargado, pero todo estaba apagado. Densidad pero soledad. Me sequé lo que pudela suela de mis queridos botines, dejé el paraguas en su sitio y empecé a caminarlentamente por el pequeño pasillo que daba hacia la “antesala” de mi casa.
         La oscuridad se había apoderado de mi hogar. Sólo podíaescuchar el repiqueteo del agua cayendo con fuerza en mis ventanas, en mipatio.
         El miedo también se apoderó de mí. Empecé a escuchar cosascaer, empecé a escuchar esos gritos que tanto se habían repetido en díasanteriores, fui golpeado, caí bruscamente, me levanté y se me empañaron losojos. Mi padre estaba en el patio, siendo torturado por la fuerte lluvia… y poruna serie de entes invisibles.
         Estaba paralizado. Él. Y yo. Cuando nuestras miradas seencontraron, sólo pensamos en huir. Le salvé de aquella trampa, y por unmomento me creí el poseedor de una fuerza sobrenatural digna del mejor cómicque nunca haya sido creado. Hasta que una punzada de doloroso frío atravesó miespalda, y aquella espada reluciente salía por mi estómago. Me miraba. Seburlaba de mí, mientras se abría dentro de mi cuerpo y me hacía sufrir un dañodemasiado iluminado para ser nocivo.
         Escapar ya no entraba en los planes. ¿Yo estaba muriendo?Despertó en mi una fuerza inimaginable, la cual no podré nunca retratar con unacerteza completa, la cual me ayudó a salir de allí. A salir por donde entré.         
         El agua tornó lava, el agua se hizo ácido, el agua se volvióoscura, el agua era todo lo que necesitábamos.
         Día de borrasca.

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