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miércoles, 21 de diciembre de 2011

De todo el mundo


         A menudo, se me ocurrían viajes impensables para el serhumano, donde todo relucía de forma real, brillaba con luz propia y nada eraopaco.




         Hasta entonces, seguí soñando.





         El paisaje era para enamorarse. La luz del sol le daba atodo un plus de vida a aquella tierra que yo ahora pisaba. El camino, unacarretera recta, no muy bien asfaltada, parecía no tener fin. El campodesertificado sólo daba muestras de lo único que tenía. Me rodeaba, y estabacómodo. Era la primera vez que sentía que yo era parte del puzle, parte deljuego creado por ella. Mis gafas de sol conseguían protegerme de su poder,mientras que mi siempre grata compañera estaba bajo mi brazo derecho. El trajeera cómodo, y mi sombrero protegía a mi suave cabello de sus rayos.

         Mis mocasines eran, también, especialmente cómodos. Mesentía sobre una nube mientras recorría el camino perfecto.

         La muerte de las cosas las hacía parecer vivas. Allí, lamuerte se asomaba en forma de campo destruido, completamente inerte. La vidaallí sería todo un lujo que no me podía permitir, pues yo era un ser humano yaquello estaba hecho para los insensibles. Por suerte –o por desgracia- yo aúnno era insensible.



         El paraje destilaba armonía. Y mientras yo enmudecía antetal paisaje, mi corazón sólo sabía derramar lágrimas congeladas. Seguí andando.

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