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domingo, 10 de agosto de 2014

El mismo dolor



Cuando el camino se hace eterno. Cuando el sol deja de imponer su ley y se deja arrastrar al fin del mundo, o tal vez al paraíso, tú eso no lo sabes, y no lo sabrás nunca, porque tus rodillas han echado raíces. Cuando tus ojos ya no representan ni una chispa de paz, de armonía, de esperanza. Cuando todo aquello que apreciabas se ha ido por la puerta de atrás o, simplemente, ha tenido que dejarte porque eras un lastre.



Un lastre... Eso es. Así es como te sientes ahora mismo. Una carga. Para todos. Para ella, que te quiere, te soporta y te ama. Para ellos, que te sustentan, eres su vida. Para aquellos a los que, de vez en cuando, y tú sin entenderlo, les sacas sonrisas. No sabes por qué, incluso, tal vez, les alegres el día, o la mañana, o la tarde.



Aun así, eres un lastre. Una carga. Pesada y voluminosa, tú mismo te quieres desprender de ti. ¿Y qué hacer en esa situación?



Cantar.

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