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viernes, 8 de agosto de 2014

Confesiones de un cascarón inútil

Desgarrado carmesí y azur corazón por la pura maldad que corre, viscosa, hacia el centro de todo. Se suceden las pesadillas en carne viva, el drama y la comedia de uno mismo, el beso que esperas sentado en un precipicio, con la soga al cuello. Y así es el interior de un cascarón que se pudrió a sí mismo, ayudado de su mente hueca, donde las oscuras venas todo lo habían abarcado. De principio a fin, de cabeza a pies, destrozando cualquier rasgo de cordura presente. Así se fue.

Vaga por ningún corazón, pues no está a salvo en ningún recuerdo. Todos le borraron, siguieron. Él vaga, perdido. Y ellos saltan como chiquillos inocentes que miran pero no ven la televisión, donde sus padres yacen henchidos de vergüenza ajena.

Qué haría mal aquel pobre muchacho que yo solo recuerdo, nadie lo sabe. Tampoco él sabe lo mucho que siempre le aprecié, pero qué más da, como él mismo diría. Nadie lo mató, pero tampoco fue un suicidio. Se volvió contra sí mismo.

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