Llevo
viajando 19 años
con
la montaña rusa y japonesa
en
la espalda, bien amarradas
y
el ansia de la adolescencia.
Iba
con los ojos entrecerrados
porque
hacía mucho viento.
Los
árboles del mar siguen de pie
pero
yo me he tambaleado más de una vez.
El
agua que estos respiraban, yo la podía ver.
Pero
no podía beber, porque no era mía.
Por
eso, ahora tengo sed. Pero no tengo
fuerzas
para beber.
Y
me fui a buscar el césped de la almohada
con
varios puñados y un poco de sal
encontré
a la sustituta ideal. Momentánea,
pero
ideal.
Y
vi tus espirales. Y navegué enrededor
hasta
haberte conocido sin hablar de mí.
Con
mi telescopio surcando las curvas
del
monumento que te hicieron en aquella isla.
Y
vi tus huesos. Perdona por ser tan grosero,
pero
no encuentro un verso hecho a tu medida.
Que
podría abarcar de un lado a otro con este barco mercantil, pero no
sería suficiente para ti.
Y
vi tus besos.
Llevo
viajando 19 años
y
en esta montaña prefiero asentarme.
Tengo
vistas bonitas. Allí, una luna.
Allá,
su manto negro protegiéndose
la
una a la otra.
Abriré
bien los ojos
mientras
esta se cierne sobre aquella.
Y
así los tres podremos ver
al
tiempo, si existe, pasar, nadar,
morir.
Volver.
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