Ella
se va a ir.
Se
va. Se marcha.
Y
yo me marchito.
Solo
un poquito.
Como
el acento perdido.
Y
que las alarmas
no
suenen, el signo
no
se asiente
sobre
tu divino cabello:
no
es esto un llanto
sino
un suspiro.
Un
respiro de aire
purificado
por tu presencia
a
mi alrededor.
No
me sueltes, porque
a
pesar de toda esta respiración
desfallezco
cuando la brisa
que
sigue a tu cuerpo
se
desvanece en mis ojos.
Y
qué hipnotizado me hallo
mientras
subes las escaleras
y
desapareces detrás de un calendario
donde
voy tachando los días que van pasando
y
me huelgo diciendo: “uno más, uno menos.”
Déjame
escribirte hasta que anochezca
aunque
el sol no desaparezca
¿Sabes
por qué? La luz de tu existencia
me
alumbra día a día, en el rincón
más
oscuro que busque, ahí estarás tú,
mi
guía, si me permites, mi niña.
Ángel
que has venido a descansar a mis brazos,
dejo
que tus alas se desplieguen ante mi presencia
no
adelanté este acontecimiento, no lo vi,
y,
sin embargo, no hay otra manera de la que
pueda
ser
más
feliz.
Te
quiero.
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