Es
divertido que tenga que ser ella la que siempre cierre los ojos y yo
el que busque su aliento infinito. Los párpados temblando por el
vaho acalorado que expulsa su espalda. Las grietas bien recompuestas
y cerradas por la tirita de un amor cuidado. Sus manos buscando los
hombros del hombre que la hace llorar con un orgasmo celestial. Las
puertas del monte abiertas de par en par. Una invitación privada a
una fiesta organizada por sus ansias de celebrarla. Qué grato. Qué
placer, ¿no crees? Ahora tiene hasta fe, y me deja que la lleve por
el campo que un día yo mismo anduve. Los dos vamos de la mano,
unidos por una conexión nada esotérica, ni siquiera espiritual, es
física, penetrante, es prácticamente mortal. Y recién llegamos a
una cama desordenada, donde quedan nuestros pensamientos esparcidos,
como la ropa, demasiado usada, y desnudos yacemos bajo la hermética
luz que nos traerá el futuro apocalíptico.
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