Hoy,
no importan las palabras.
No
importan los gritos, no importan
los
poemas ni las descripciones
no
importa la tinta blanca y derretida
el
mármol sólido tras el amanecer,
la
oscuridad brutal en la que me sumerjo
nada
de esto queda patente
en
un mar lleno de teclas equívocas.
Hoy,
no importa mi existencia.
¿Existo?
¡Eso comentan!
Pero
yo no les creo. Ya no creo.
No
tengo pintura. No tengo pinceles.
No
tengo preguntas porque quemé
todas
las respuestas en mi mente.
Hoy,
me quieren calificar de poeta.
Y
les escupo. No me llamen. No
me
etiqueten. No soy nada. ¿No lo ven?
La
transparencia de un papel al vuelo
fijado
por sus aspiraciones y congelado
por
sus deseos de morir al lado de su madre.
Aquí,
ha llegado el invierno
de
todas vuestras primaveras.
Estoy
temblando y puedo afirmar
en
voz susurrada
que
no quiero saber nada.
Porque
no sé todo.
Hoy,
dejé de importar.
Porque
he muerto.
Por
dentro.
Hasta
el fondo.
Y
ni una gota ha quedado.
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