Bajé por la calle de las
paredes horizontales, y atravesando el cemento encontré los
cristales de tu caída, con la ventana dormida (y tus ojos buscando
mi saliva) y las luces derretidas.
Que tus pies sigan hacia
arriba y que tus manos continúen la búsqueda del olor perfecto. Yo,
de mientras, seguiré caminando por la nube de gas debajo del cielo,
donde los volcanes expulsan lágrimas de metal.
Te dije que te esperaría
en la séptima avenida
cogiendo los raíles hacia
el país de verdad
con un estado de izquierdo.
Pintando el papel
con un mapa, calqué las
venas de mi lápiz
y dibujé un cielo sin
lunas, sin soles,
sin estrellas.
Porque tú no llegabas. Te
he tratado de explicar varias cosas con pocas palabras, pero la
cantidad de definiciones que puedes extraer de todo esto se reduce al
mínimo: quieres una explicación bendita y yo estoy en el infierno
con aguardiente en la mano, esperando a que un incendio me apague y
pueda encenderme la lluvia que mis yemas ejercen sobre estas penas.
Te prometí que nos
veríamos en la séptima carcajada
donde pudiésemos llorar
con los labios estirados,
donde la seriedad quedaba
bajo llave en una nave de plástico, lanzada al mar de mis llantos,
viendo que flota, viendo que se va, que no vuelve.
Como nosotros.
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