Irradias algo que imprimo con soledad.
Rara vez me siento a esperar.
Esta vez, tampoco será. Me siento
lejos.
No creo que acabe este café a medio
templar.
Esta vez, no volveré. No me leerás.
Sin besar.
He intentado tapar
y ocultar con palabras
al aire
lo que acucia las venas.
Por eso he venido
y he llegado hasta aquí,
hasta el papel en blanco
y con mi alma y mis
palabras
decaídas
escribo en letargo
las manos heladas
y el lápiz, parado.
Con los
imanes oxidados
y el
monitor de neón.
El
camino, apagado.
Tu
cuerpo, ensimismado.
Y la
rutina por pasar de largo,
y tus
pasos cortos todos los días
sonando,
retumbando en mi
jarrón
de artesano, con estas manos
he
creado un espacio plácido
para que
mis años envejezcan sin daño
y tú
intentas acercarme al abismo
por el
que me lancé allá, en el pasado.
Y estaba cansado.
Y me tumbé. Me
levantaste,
y ahora ruedo cuesta
abajo,
sin remedio, porque tu
mano
busco y no encuentro.
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