Terminé de lavar la ropa en la que me
montaría
juré amor propio hacia el armario
donde me encontré con tu espada, fría
de dolor por culpa de la sangre del río.
Junto al escaparate del faro
murió la esperanza
de verte. Ahora, lúcido, paro
y recibo mezcolanza.
Terminé de limpiar la capa de frialdad
que arropaba mi enjuagada alma.
Muerta de sed, bebe de tu corazón, hecho
de maldad
convertida en confuso estado de calma.
Juntos en el paisaje del malo, más malo
que un rayo tronando por lágrimas de
oro.
Llora la nube, se ahoga el mar, cambian
de lado
las formas de educar. Ya no más coro.
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